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Empieza el espectáculo

No supone más de un diez por ciento de su trabajo. Probablemente menos. Y cuando el espectáculo empieza, la principal decisión —el vestuario— ya ha sido tomada, no hay vuelta atrás. Es la alfombra roja, o verde, o el photocall. Vestidos, nervios, cámaras y diletantes. Y allí, vigilando con suma tranquilidad, sin perder detalle pero sin alterarse los nervios, Antonio.

Gregorio Belinchón
03.09.2012
Empieza el espectáculo
Estatuillas de los Oscar, 2014

No supone más de un diez por ciento de su trabajo. Probablemente menos. Y cuando el espectáculo empieza, la principal decisión —el vestuario— ya ha sido tomada, no hay vuelta atrás. Es la alfombra roja, o verde, o el photocall. Vestidos, nervios, cámaras y diletantes. Y allí, vigilando con suma tranquilidad, sin perder detalle pero sin alterarse los nervios, Antonio. Siempre me ha maravillado su extremo sosiego en esos momentos, un estilo budista de tomarse los actos sociales. Antonio es alto… servidor también, y durante una década hemos estado saludándonos por encima de las cabezas de otros, sonriendo con ironía ante la ceremonia fatua —aunque inexcusable— de los premios. Como con cierto tono Fosse, «empieza el espectáculo»: no por analizarlo con sordina vamos a dejar de disfrutarlo.

Puede que a todo lo anterior se le llame profesionalidad, puede que el hecho de recibir siempre 30 segundos antes de la aparición de Penélope Cruz en esos actos un sms con los nombres del modisto de sus vestidos y el diseñador de sus joyas debería ser normal, puede que lograr que sus representados sean puntuales no tendría que sorprender… Sin embargo en los tiempos que corren, esa labor de Antonio llama la atención. Uno, como periodista, ya no pide sonrisas, ni siquiera un poco de educación. Sino algo de profesionalidad. Y Antonio tiene profesionalidad. Y educación. Y una sonrisa. Y mucha mucha labor callada, de la que no se hace en la alfombra, de la que el público ni intuye, de esa que incluso puede doler a los actores: decirles la verdad, lo que en realidad les conviene, luchar junto a ellos por su trabajo, por sus contratos, convencerles de la importancia de la promoción —ya puedes ser el mejor actor en el pasillo de tu casa, que si el público no te ve, poco importa—, de seguir formándose como actor constantemente, de no dejarse llevar por un éxito ultrarrápido ni hundirse tras algún «bajonazo». No mentirles. No mentir. A mí nunca me ha mentido. Claro, que yo no he querido preguntarle por embarazos.

Empieza el espectáculo
Festival de Cannes, 2011

Han sido años en Kuranda, momentos bajos y de gloria —ese Oscar…—, de horarios salvajes y éxitos desbocados, de que Antonio disfrutara del crecimiento de los suyos. Y toca mudanza. Le irá bien. No, lo sabemos: le irá muy bien. Y con él a sus representados y proyectos en los que se embarque… El chico nuevo, con la experiencia del veterano, ha llegado a la ciudad.

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